Cuentos que me contaron mis padres

No sabía cuanto tiempo había pasado, pero en esos momentos empecé a recuperar la conciencia... Abrí los ojos, mareada y aun herida. El cuerpo me seguía pesando, ahora más que nunca... Tosí un poco.

¿A dónde había ido todo el mundo? ¿Dónde estaba la chiquilla que viajaba conmigo? Me agarré con fuerza al lavabo para ponerme en pie, y al hacerlo me mareé un poco.

Todo estaba oscuro, y hacía frío... Tenía miedo. Con las manos temblorosas abrí el grifo, pero no salió nada de agua. ¡Joder! Que demonios pasaba... Salí del baño y contemplé el vagón vacio. Eso me asustó todavía más. Todo esto era muy tétrico.

Miré por la ventana y una neblina purpura lo rodeaba todo. Debía estar soñando... Si, seguro... Estaba soñando... Eran las pastillas para la ansiedad.

-¿Hay alguien ahí?

Solo mi eco respondió. Me armé de valor y salí del vagón. No podía creerlo, no podía creer el lugar en el que estaba. Eso no podía ser real, ¿Un vagón enmedio de ninguna parte? Parecía un cuento infantil de los que me contaban mis padres cuando era niña. Mi imaginación me debía estar jugando una mala pasada. Estaba muy herida y me sentía cansada. Seguro que estaba delirando...

Con la vista borrosa divisé a alguien a lo lejos. Agudicé la vista y podía ver a un hombre con sombrero acercandose a mi. No sabía porque, pero le temí. Así que rapidamente volví a entrar en el vagón y me encerré en el baño, cerrando los ojos con fuerza.

-Por favor, por favor, por favor...

Me decía a mi misma, tratando de despertar.