¡¿Dónde está mi conejo?! [ La Fleur]

Aquella ciudad era una trampa, un laberinto de callejuelas y luces de colores, y yo era el jodido ratón que tenía que encontrar el queso. Cuan retorcidos se habían vueltos mis sueños. No tenía hambre, ni sed, simplemente me habían convertido en un jodido zombie, que no podía aguantar ni una copa de bourbon. Charlotte, Claire e incluso Pierre me odiarían si supiesen que había tenido que vomitarlo todo despúes de una hora en mi interior. Solo parecía saciarme la sangre, como la del perro que había encontrado en aquel callejón.

El ambiente me parecía excesivamente cálido, o quizás era yo el que estaba demasiado frío. Y cómo coño se habían agrandados mis colmillos. Me llevé la mano a la punta de ellos, parecían reales, al igual que aquellas luces e incluso la gente que recorría la ciudad, la cual en ocasiones me costaba enfocar. Había intentado hablar con alguno de ellos, pero se alejaban asustados, y cómo para seguirles. Aquellas calles parecían cambiar con cada paso.

Me desabotoné la camisa casi hasta el ombligo, el aire que en ocasiones golpeaba violeta, me quemaba como el viento de poniente en una mañana de agosto. Me sequé el sudor que recorría mi pecho con la palma de la mano. Tenía que dormir, quizás en aquel hotel que se veía cerca de la estación, si lograba encontrarlo...claro.

De repente en mitad de una calle apareció un conejo que me miraba. Sus ojos se clavaban en los míos agustiados y de repente en un par de saltos abandonó la calle. Corrí tras él, y lo agarré. Joder me había vuelto rápido. Era un sueño, podía hacer lo que quisiera, ¿no?

-Vuela, vuela, vuela...-susurré varias veces. Pero no ocurrió nada-¿Tu qué miras?-Pregunté a mi nuevo acompañante peludo.

En la lejanía escuché una voz que sonaba desesperada, ¿y ahora qué? Aceleré mi paso hasta llegar al origen de la voz. Un apuesto chico parecía querer encontrar a mi nuevo amiguito.

-Alicia, creo que encontré a tu conejo-grité, con una sonrisa pícara en los labios.

Sus ojos grises denotaban desesperanza, y sus mejillas parecían ruborizadas, no sabía si porque había encontrado su conejo y se avergonzaba o porque estaba enfermo. Tenía a su peluche agarrado de las orejas, y parecía seguir mirándome juzgandome, con sus ojos de botón inmortales. Maldito bicho. Estaba muy suave y olía parecido al chico, lo debía de guardar muy cerca de él, y eso me gustaba, aspiré un poco de aire casi oliendo sus latidos agitados.

-Así que el conejo blanco es tuyo, Alicia- repetí, ahora seguro que el conejo era suyo.-Claro, te lo devolveré- dije.

Se lo acerqué letamente, y articulé un toma sin sonido, solo mis labios moviendose al son de la palabra. Cuando lo iba a agarrar, el juego rozó mi mente, "Joder si que tiene una sonrisa bonita", pensé mientras el contemplaba a su muñeco tan cerca que iluminó su cara y me pareció ver saltar una chispa de ilusión desde sus ojos. Pero lo aparte de él, mostrandole una sonrisa pícara. Lo puse por encima de mi cabeza, alzando mi brazo.

-Te lo daré claro...¿pero qué me darás tu a cambio?- pregunté- La salida del país de las maravillas no estaría mal, Alicia-bromeé- Aunque aceptaría otro pago a cambio.-dije, dibujando una sonrisa mediana y un guiño rápido.

El viento voló violeta y las luces de alrededor titilearon impacientes. Aquello era un sueño, y yo solía divertirme mucho en ellos. Chicos guapos y no sangre resvalando por mi garganta, esto se parecía más a dormir tranquilo una siesta, que acababa en sexo matutino.

El viento se elevaba electrizante a nuestro alrededor, como si el ambiente se hubiese cargado de electricidad estática. Aquellos ojos tiernos semillorosos que me miraban, reclamándome su muñeco de felpa, me erizaron el vello de la nuca. Dijo que se llamaba Romúlo, y me preguntó por el tipo de pago, "qué raro" pensé, si este fuese uno de mis sueños ya se habría puesto de rodillas y mi pantalón estaría por los tobillos.

Dio un par de saltitos y cayó sobre mi pecho desnudo. Su temperatura era exageradamente alta, y sus manos me produjeron un leve cosquilleo y quemazón, los cuales sentí durante un par de segundos. Me llevé la mano a la zona afligida dandomé un par de toques, ¿es qué todos allí quemaban?¿o es qué yo estaba demasiado frío? No podía ser, si la mayoría de mis problemas personales, los habían provocado la elevada temperatura de mis deseos.

-Vaya, me gustaría sentir ese cosquilleo en otras partes de mi anatomía- bromeé.-¿Te encuentras bien?Estas muy caliente- pregunté, refieriendome a su calor corporal. Y es que no parecía enfermo, sino excesivamente sofocado,

Me preguntó que quería, y entonces me lleve las manos a la cintura de mi pantalón, me levanté un poco la camisa acariciandome el vientre pensativo. Me desabroché el botón lentamente, y le guiñé un ojo divertido, mostrandole una sonrisa pícara que dejaba entrever el final uno de mis recién alargados colmillos. Su perro volvió a ladrarme imperante. Mi rostr mostró un mohín que acabó por decelerar el ánimo del animal. Al ver su cara de asustado, solté una carcajada.

-Creo que me conformaré...- corté la frase para acabarla en mi idioma natal-...Donnez-moi un baiser.-Dije poniendome un poco más cerca de su calido cuerpo con el conejo agarrago a mi espalda, agarrado aún por sus orejas de terciopelo.

Su tono cambio, haciendose más fuerte y decidido, aún no dejaba de parecerme un niño perdido. Era tan diferente de Pierre, con sus canas esparcidas por el pelo oscuro y aquellas pequeñas arrugas a cada lado de sus ojos impedecederos. La experiencia hecha deseo y yo allí intentando ligar con un niño en mi sueño. Charlotte seguro se reiría en uno de sus momento de sobriedad, "yo te creía más de bourdeux del 73 y no de whiskey de 20 años" me pareció oirla en mi mente. Pero es que yo siempre había sido de coleccionar besos en frascos de mermelada de fresa o en cajas de galletitas saladas.

-¿Y por qué no iba a querer un beso de un chico guapo?- pregunté derepente, mirandole a sus ojos grises.

Puse su conejo delante de mí. Me acerqué en un par de zancadas quedando su pecho sudoroso casi pegado al mío. Su perra me gruñia desde su retaguardia. Levanté un dedo y recorrí un trozo de su húmedo flequillo, para terminar dejandolo acomodado en su peinada cabellera. Sus labios estaban a pocos centímetros de los suyos, y sentía pequeñas chispas saltar hasta mí.

Esbocé una sonrisa y le di a su muñeco, sin dejar de mirarlo a sus ojos.

-No tienes por qué hacerlo-Concluí alejandome de su rostro, y de su chispeante y cálida mirada.