Sensaciones [Leyna]

La noche cae y quita toda luz que se pueda ver durante el día, los rayos del sol ya no quedan reflejados en el agua y lo único que se puede apreciar son esos pequeños bichos que parecen llevar bombillas consigo a todos los lugares, se cuelan entre las grandes ramas de los árboles y vuelan de un lado para otro, las luciérnagas. Junto con la luna era la única luz que tenía toda aquella oscuridad, el lago me recordaba al lago Ness, por su completa oscuridad en el agua, pero aun en aquella mágica noche se podía ver que el agua era cristalina y estaba limpia o al menos aquella noche.

Una ráfaga de aire cruzo por todo aquel paisaje, no logro estremecerme, acababa de llegar a aquel lugar hacia tan solo un par de horas y desde entonces parecía de piedra, no podía sentir casi nada. Pero si algo era lo que me preocupaba es que cada vez que movía mi lengua notaba como mis colmillos rozaban la punta de mi lengua, era algo extraordinario y a la vez sin saber porque intrigante, fascinante.

Apresure mucho más el paso, me notaba con más agilidad en mis piernas y mucho más fuerte, incluso poderoso y me sentía raro, por no poder describir aquella sensación. Y si había algo que realmente me asustaba y yo no era fácil de asustar era donde había ido a parar, aquella bombilla de color rojo y si verdaderamente me podría cambiar en algún aspecto como por ejemplo, la frialdad de mi piel.

Lo peor era todo aquel lugar, parecía surrealista, mi mente no paraba de repetir lo mágico que era y tentador, era envolvente. Escuche algo más el sonido de pasos y sonidos indescriptibles, había alguien pero no lograba comprender quien era, fuera quien fuera me puse a tararear, quería que supiera que yo estaba y quería inquietar, era lo que más me gustaba, que las personas no se sintieran seguras. Me quede quieto a la espera de ese algo indescriptible.

Las manos de la mujer arrastraban la maleta caminando con dificultad con está por el silvestre lugar. Sus labios tarareaban nanas inteligibles y llenas de amor. Leyna, tan llena de cariño y gracia, aquella que lo único que quiso fue ser feliz, ésta que beso los labios de un joven que jamás la amo, ahora recorría un mundo desconocido donde sus sueños podrían comenzar desde cero, algo que todos quisimos una vez, tomar las riendas de tu camino con tus propias manos, tocarlas y acariciarlas, sabiendo que solo son tuyas. Sus pies pisaron la hierva del terreno, mientras su mirada se perdía con cierto temor entre los árboles, es cierto, estaba oscuro, sin embargo una luz se divisaba al final de su camino, allí donde las brillantinas danzaban encima del elixir que daba vida a muchos animales y plantas, en esté mismo que habitaban miles de peces. Una sonrisa se escapó por sus carmesí.

Los haces de luz se deslizaron por la comisura de sus ojos, entretanto la sonrisa no desaparecía, ─En mi dimensión esto hubiera sido solo un sueño… ─, le respondió a la sorpresa que se habían llevado sus ojos, podría haber sido atrapada en otra dimensión, una donde solo pudiese tener sueños hermosos, sin seguir huyendo por la hipocresía, la tristeza, la culpabilidad y el golpe bajo de la egolatría, ─Donde si puedo sentirme viva ─. La soledad, compañera íntima de nuestra inmadura guardiana, intentaba refugiarla de la semilla que crecía en su corazón, “tristeza”. Llena de dolor… aunque podía parecer un Roble, lleno de vida y fuerza, era un fraude que decaía con el pasar del tiempo, encerrada en esa ciudad llena zombie, humanos sin consciencia, con gusto a avaricia, llenos de rabia y frustración, capaces de enterrar sin perdón.

Tenía claro que errar era humano, pero también del arrepentimiento, algo que no todos lograban hacer. Sus celestes fueron en dirección de aquel que yacía a pocos centímetros suyo, ese al cual ella no había logrado divisar. Tragó saliva, mientras la piel se le erizaba, un embrujo se posesionó de su cuerpo, el corazón le martillo en el pecho, mientras un relámpago de seducción recorrió el pecho, hasta el vientre, haciéndola negar con el rostro, ─¿Quién…? ¿Quién es…? ─, murmuro, casi acariciando las palabras con su dulce tono bajo, pero ronco, cual toque perfecto de inocencia deleitable, placentera y grata.

Tragó saliva, retrocediendo un poco, tropezando con la enorme maleta que llevaba aferrada en su delicada mano, cayendo de espaldas en el piso. El rubor subió desde su estomago hasta las mejillas, tomando ese exquisito color escarlata que delataba su vergüenza.