My way [Anthony Bennet]

((Puse libre, pero me equivoqué *se golpea por tonta*))

Mientras la lluvia caía de una forma casi antinatural, Elizabeta continuaba metida totalmente en su mundo. La música que se escuchaba en sus auriculares era perfecta para el ambiente un tanto melancólico. De vez en cuando sonreía a no sabía que, simplemente recordando, recordando a su madre, a sus amigos, su pueblo, Hungría, todo. Siempre recordaba su clase de Literatura, cuando hablando de los tópicos de la misma, recordaron el cliché “Todo tiempo pasado fue mejor”. Debía aceptar que cuando escuchó esa frase le pareció indiferente, pero ahora tomaba un nuevo significado, con todas las cosas que habían pasado debía reconocer que sí, que el pasado era mucho mejor. No se quejaba, tenía una buena vida, pero extrañaba esa calidez de sus vecinos, la amabilidad de todos. Lo que más le alegraba el día en esta ciudad era sin duda ayudar a la guardería. Era un trabajo maravilloso y sin duda una vez que terminara la carrera, se especializaría en Pediatría. Adoraba a los niños de todas las formas posibles. Pero ahora necesitaba un descanso.

Luego de tomar cada maleta como pudo, comenzó a caminar por los pasillos de la estación. Le habían dicho que debía abordar el vagón 7. Suspiraba con delicadeza de vez en cuando, ya la estaba doliendo la cabeza de una gran cantidad. ¿Es qué ni para relajarse podía liberarse del mal? Lo había heredado de su madre, sin duda. Descansó unos momentos, las maletas pesaban un montón y eran enormes, cosa que no le ayudaba para nada en aminorar su malestar. Maldito el día en que decidió irse en tren en vez de en avión. Cuando llegara a su destino sin duda compraría un billete para volver en un cómodo asiento de una buena línea aérea, era mucho mejor que estar corriendo con maletas pesadas.

Entró al vagón, luego de dejar su equipaje en el lugar correspondiente. Ahora que podía tomar sus medicamentos, se dio cuenta de que no llevaba agua encima. Al menos tenía la opción de ir al vagón cafetería, quizás un rico té de hierbas la calmaría. ¿Por qué siempre se estresaba con los viajes? Extrañaba a su madre, ella seguramente le habría dicho que tomara las cosas con calma, que no debía apurarse para ir al paso de los demás, si no que ella lo hiciera a su propio ritmo. Sin proponérselo, sonrió con dulzura recordando a su joven progenitora. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? Seguramente en un turno en el Hospital en el que ahora trabajaba.

Entró al vagón con paso firme pero un tanto tímida. Se acercó al mesón donde se encontraba el camarero. Era un hombre joven, que la miró con extrañeza. Claro, cualquiera, la chica aparentaba unos pocos años, y los tenía. Era muy joven, pero eso no era impedimento para ella. –Un té de hierbas. –Pidió con una sonrisa amable. El joven sonrió de vuelta y asintió. Ahora podía descansar y pensar en lo que fuera. Era su momento para meditar.

El ambiente del tren era totalmente tranquilo, parecía que ni siquiera se oía una mosca andar por el lugar, lo que le parecía raro. ¿Es qué acaso tan pasado de moda era estar en ese lugar? Se sonrío a sí misma y observó el lugar unos momentos. Le encantaba todo de él, recordó las viejas películas que solía ver con su madre, con la que pasaba la mayor parte de su tiempo. Una de sus favoritas tenía que ver precisamente con un tren, como dos chicos se encontraban en uno y el amor surgía, surgía con sus inconvenientes, sus problemas, su felicidad, todo lo que implicaba. Deseaba vivir eso para ella, una historia de amor para su recuerdo. En diecinueve años jamás había logrado una relación con alguien, ella era demasiado inocente, demasiado pura como para siquiera atreverse a hacer todas las cosas que la gente hacía con sus parejas. Se sonrío a sí misma y esperó con tranquilidad y calma su té, necesitaba un poco de paz para sí misma.

El hombre tomó su orden y ella espero mientras observaba de reojo la ventana, por la que se veía el paisaje pasar con la velocidad. Nuevamente recordó el pasado, en esas clases que jamás prestaba mucha atención. Aquella vez fue una de física o algo así, donde trataban de un tema acerca de rapidez o algo así. Sonrió. Le había parecido impresionante la forma en que el profesor explicaba los dos puntos de vista en el que una persona ve a otra andar por un tren. Dos velocidades. No sabía bien cómo explicarlo bien, pues nunca había sido buena para esas materias que tenían tanto calculo o cosas así, cosas que no le servirían precisamente para lo que ella quería servir.

Sintió de pronto como una voz masculina pedía un té. Levantó la mirada y lo que vio fue un guapo muchacho con una sonrisa amable. Ella rápidamente se sintió sonrojar, no acostumbrada al trato masculino. Con dificultad le devolvió la sonrisa, y el chico habló. Elizabeta sonrió con más anchura y negó con la cabeza suavemente. –No me molesta, caballero. –Dijo medio en broma medio en serio. El que atendía le trajo su té, pero ella con educación esperó a que le sirvieran al muchacho. Se preguntó de dónde sería. Le encantaba la paz que transmitía y ese aire de intelectual que tanto la fascinaba de las personas. Rápidamente se olvidó de su timidez y observó al muchacho, acomodándose el cabello.

-Mi nombre es Elizabeta. –Se presentó de pronto. Observó que el muchacho llevaba un libro, ¿de qué se trataría? Seguramente de algún tema profundo, de esos que ella jamás entendería. Ella era literal, soñadora, pero sin mucho que decir respecto a un texto filosófico. –Un gusto. –Terminó, sonriendo.

El viaje continuaba su ritmo lento y acompasado por el sonido de los rieles. El paisaje que se asomaba por la ventana parecía tomar cada diferente forma y color a medida que pasaban los kilómetros. La tranquilidad era cosa común en esos momentos y Elizabeta se sintió en el séptimo cielo. Era lo que esperaba, un poco de paz. Observó al muchacho unos segundos y sonrió con dulzura mientras con su mano derecha marcaba el ritmo de las ruedas del tren. Él la observó de vuelta y pudo sentir su mirada en los ojos, nuevamente un sonrojo se acomodó en sus mejillas. Se sentía como una adolescente. Bajó la mirada pero rápidamente se recompuso, daría una impresión equivocada al muchacho y eso no deseaba.

Se sentó frente a ella y Elizabeta observó las facciones del muchacho. Era muy guapo, tanto que se preguntaba si era real. Suspiró, ella jamás había conocido a un chico así. Con razón tenía casi nula experiencia en el amor, si no fuera por ese niño que conoció a los cinco que le propuso matrimonio. Se perdió unos momentos en sus pensamientos, pero volvió a la realidad cuando el chico se presentó como Anthony de una forma tan educada y de forma tan natural que se sorprendió. Rápidamente intentó mejorar su postura, pues se sintió inmediatamente inferior. Él era tan elegante en sus maneras y parecía salirle natural, no era sobreactuado. Elizabeta no era así y sabía que jamás lo sería.

Anthony se disculpó, debido a su presentación. Elizabeta rio un poco y negó la cabeza, demostrando de esa forma que no le molestaba. Faltaban las personas educadas en estos tiempos tan locos que corrían. La verdad es que ella ya había visto en él algo especial, pues no siempre se ven a chicos de su edad en un tren, la mayoría preferiría ir en avión o por último en auto. –Me agrada su costumbre. –Bromeó. Se acomodó el cabello nuevamente, una manía que tenía que utilizaba cuando estaba nerviosa. Se encontraba muy a gusto, de todas formas, junto al muchacho. Él le preguntó a donde se dirigía, después de recibir el té, de un olor exquisito, lo miró curiosa, nunca había sentido ese aroma.

-En realidad, no voy hacia ningún lado. –Contestó, con la mirada gacha, pues ya venía venir las risotadas del hombre. Seguramente la encontraría loca o algo así. Nadie en su sano juicio viajaba sin saber bien a donde ir, o bueno, quizás sí. Nuevamente sintió el té que su acompañante tomaba, mirando curiosa. –Huele delicioso. –Dijo simplemente, sintiendo transportarse hasta un pasado en su país natal.

Elizabeta vio como en el rostro del muchacho que ahora la acompañaba se posaba una sonrisa dulce, melancólica. Seguramente, al igual que a ella, el aroma del té lo transportaba a otra época. ¿Qué tendría aquella infusión que hacía que la gente se volviera a sus recuerdos más guardados pero a menudo los más felices? Tomó un pequeño sorbo de su té y cerró los ojos, dejándose llevar por el sabor. Era relajante, acompañado de un viaje tranquilo y una buena compañía hacia que en general el cuadro fuera bastante exquisito. Abrió nuevamente sus obres y sonrió al muchacho para que notara que estaba viva, ya que quizás se había demorado más de lo normal en dejarse llevar.

Escuchó la respuesta del muchacho y sonrió, asintiendo suavemente con la cabeza, mostrándole su acuerdo, aunque decidió no agregar nada, por temor a mostrase demasiado metida en los asuntos de alguien, pero sin poder evitarlo, habló suavemente. –A mi me parece verdaderamente genial los modales que tienes, me agradan los caballeros, más ahora, que quedan pocos. –Colocó la taza de té en su plato con lentitud, para no causar un gran sonido. Por un momento lo único que se escuchaba era el tren corriendo, ni una mosca. Hasta el hombre que atendía la cafetería parecía no existir. El ambiente en general era bastante extraño, como si no fuera de la época en la que vivían. Luego de sus palabras, Anthony agregó algo que la dejó un tanto perpleja. Él se había desprendido de lo que obligaban ser. Debía reconocer que era muy valiente de su parte.

Lo que continuó la conversación lo esperaba, el muchacho se rio, Elizabeta agachó la mirada, un tanto avergonzada, deseaba haber mentido en ese momento, quizás decir que iba a visitar a su tía o algo parecido. Aún así, Anthony explicó el por qué de su risa. La chica levantó sus ojos para observar al hombre y sonrió al ver comprobado su sospecha. Anthony había escapado de su hogar, pues según él le esperaba un horrible destino. Asintió a sus últimas palabras. –Creo que buscamos lo mismo, Anthony, aunque yo no me escapé de casa. –Rio con suavidad y tomó otro sorbo de su té. El humo que salía le llegaba directo a la cara.

-Me parece muy valiente lo que hiciste. –Comentó, observando en vez de a Anthony, a la ventana. Ella era así, decía las cosas a la cara, sobre todo si era para alabar algo que ella encontraba sobresaliente. Por último, el chico le ofreció un poco de su té y Elizabeta asintió tímidamente. –Me gustaría. –Corroboró, mirando el té que tenía en sus manos. Poco a poco iba acumulando buenos recuerdos, que sabía que guardaría para siempre. En cierto modo, Anthony le recordaba a los muchachos que solía admirar cuando pequeña, esos que iban con sus libros cuando ella apenas sabía leer en inglés.