Dos minutos {Anne}

por **Leon 'Lev' Dostoyevski** Dom Jun 20, 2010 2:25 pm

Era un pensamiento absurdo y sin sentido claro que, si estaba loco, ¿por qué iba a tener que importarle eso? Pensó esto último con un cierto toque de amargura e ironía mientras entraba, o más bien se colaba, en el compartimento de equipaje. Había logrado darles esquinazo un rato y eso significaba al menos unos minutos de libertad. Cerró la puerta tras de sí e inspiró, hinchando los pulmones. No era libertad, no se engañó, pero sí era algo diferente a aquel olor que se le había grabado ya para siempre en la mente. Tan cerrado, tan cuadriculado... notaba que se ahogaba y ahora... ahora no.

Podía ser un compartimento pequeño e incómodo pero era otro sitio diferente. Allí olía a los viajeros del tren. Olía al cuero de las maletas más viejas, al un par de animales que iban en jaulas al final, a especias que alguien debía llevar en su equipaje... Era casi una explosión después de tanto tiempo sin nada nuevo, sin nada diferente.

Eso mataba el espíritu. No podía matar el cuerpo pero sí mataba algo intangible que hay en el interior. Una especie de fuego que arde siempre, incapaz de ser apagado, pero que casi podía hacerlo, encerrado entre cuatro pareces blancas. Había llegado a odiar ese color. Todo había sido blanco: la habitación, el suelo, la cama, las mantas... todo. Incluso su ropa. Ahora llevaba puesta una camisa amplia, de una única pieza -no sea que alguien intente ahogarse a base de tragarse los botones o algo por el estilo, ¿no?- y unos pantalones blancos parecidos. Llevaba una pulsera con su identificación en la muñeca y el pequeño colgante que siempre llevaba.

Era absurdo, definitivamente, sentirse tan liberado en un espacio tan cerrado y tan banal como era el compartimento de equipaje de un tren pero... la idea de volver a ser encerrado, en un lugar igual, donde todos mirasen y nadie viese le hacía estremecer. Si no podía evitarlo, al menos intentaría huir de ello lo máximo posible.

Se sentó entre las maletas, con la espalda apoyada en la pared y cerró los ojos, notando únicamente su respiración. Uno, dos. Inspirar, espirar. Así. Siempre. Como el traqueteo del tren, acompasado.

por **Anne-Lise Shepard** Dom Jun 20, 2010 2:50 pm

Anne-Lise lo sabía, sabía que se arrepentiría en cuanto dejase a su hermano encargarse de las maletas sin haber sacado de estas el violín y el cuaderno de los que nunca debía separarse. Pero él había insistido en pagar a un mozo para que las colocase, y ahora ella sentía ese irrefrenable deseo de hacer sonar la música en las cuerdas de su preciado instrumento, de dejarse llevar y soñar un rato con que todo iría bien. Tocar le daba esperanza, porque ver que podía seguir haciéndolo pese a la pérdida motora que ha ido sufriendo, le hacía pensar que no todo estaba perdido.

Por eso, aprovechando un despiste de la enfermera, allí estaba la joven con aspecto de niña, ataviada con una ancha blusa abrochada hasta el cuello y una larga falda, en tonos tierra. El "clack clack" de la muleta con la que se apoya, por más que no haya escayola alguna en su pierna, anticipa su llegada al compartimento del equipaje, abriendo la puerta con cierta dificultad.

Sus grandes ojos azules buscan por toda la sala su equipaje, encontrándolo, a su pesar, en uno de los estantes altos, justo encima de donde un chico está sentado entre unas maletas. Con un suspiro, se acerca despacio hasta él, carraspeando con suavidad para llamar su atención:

-Disculpe, perdone que le moleste... -Dice, con un tono educado siempre presente en su dulce voz- ...Pero me han colocado el equipaje muy alto y no puedo alcanzarlo... ¿Podría usted ayudarme? La maleta que quiero es la azul oscuro que está justo encima suyo... Si fuese usted tan amable... -Pide, sonriendo angelicalmente.

por **Leon 'Lev' Dostoyevski** Dom Jun 20, 2010 3:02 pm

Escuchó a lo lejos un sonido más que se unió al traqueteo del tren y al vaiven de su propio peso. Eran una especie de golpes en el suelo, no con saña, regulares. Clack. Clack. Clack. Parecían pasos pero los zapatos no sonaban así... Se quedó pensando en ello hasta que oyó la puerta abrirse y ese sonido siguió aproximándose. Clack. Clack. Cada vez más cerca. ¿Alguien se acercaba? La nada no sonaba sola... tenía que ser alguien.

Le incomodó.
Abrió los ojos para identificar lo que fuera y descubrió primero unos pies, finos, envueltos en un par de zapatos. Subió con lentitud por unas piernas igualmente finas y delicadas, la cintura, el cuerpecito y por fin el rostro de lo que casi parecía una niña de cabello largo y rostro angelical y ojos azules. Llevaba una muleta. Eso explicaba aquel ruido.

Se quedó mirándola fijamente, hasta que ella le habló. No desvió la mirada, preguntándose cuántos años tendría. Parecía muy ligera, pensó. Y delicada. Como si fuera a romperse si se tropezaba y por eso llevaba la muleta: para evitar caerse y quebrarse en mil pedazitos.
Todos deberían llevar una. Es muy fácil caerse.

Ella le miraba, esperando. Ah, sí, le había hablado. Una maleta. Quería que la cogiera, supuso. Sería lo más lógico, en efecto. Con lentitud se puso de pie. Si fuera tan amable... Seguramente ella no llegaría. Poniendose ligeramente de puntillas agarró la maleta, bajandola para dejarla en el suelo entre ellos, sin dársela en la mano. Sin decir palabra, pero seguía mirándola. Tenía la intuición de que había algo de extraño en ella. O quizá era mucho tiempo sin ver a nadie salvo a esos médicos que todo le parecía ahora tan extraño. Como la gente que había visto yendo hacía allí. Tan ocupados en sus cosas, tan habladores, tan distraidos... Tan lejanos. Esa era la palabra y no otra.

por **Anne-Lise Shepard** Dom Jun 20, 2010 3:30 pm

Anne-Lise no parece percatarse de que su presencia ha podido incomodar o molestar al chico y, de haberse dado cuenta, parece fingir que no lo ha hecho. Al fin y al cabo es el compartimento del equipaje, lo normal es que la gente entre y salga de allí, no que permanezca sentada... Pero realmente no le juzga por eso, de hecho ni si quiera le juzga, aunque por sus ropas y complementos podría hacerlo, pero no se ve con derecho a hacerlo, sencillamente.

Corresponde a su mirada, clavando sus irises claros en los del chico, similares a los suyos aunque con muchas diferencias en cuanto a las emociones que estos expresan. No parece ponerse nerviosa porque la observe así, al contrario, intensifica ella también la forma de mirarle, como si intensase enfocar más allá de ese rostro y esos ojos, y llegar hasta su interior... A veces no era consciente de que esa era la sensación que daba, porque iba implícito en ella.

-Muchísimas gracias, ha sido usted muy considerado -Dice con sincera amabilidad y una exquisita cortesía, agachándose y soltando unos segundos la muleta. Abre la maleta, en cuyo interior se pueden ver numerosos libros de todo tipo de temática, especialmente Romanticismo, Teatro Clásico y Filosofía, pero también de otro índole. Hay carpetas, que esconden partituras varias y, encima de todo eso, un violín guardado en su funda. Dentro, sabe Anne-Lise, está oculto su cuaderno, así que no necesita por el momento coger nada más que eso.

No, sin lugar a dudas, con esas dos pertenencias tan preciadas viajando juntas, y cerca suyo, se siente mucho mejor, más segura, y se llena de esperanza... Algo que le hace feliz, más de lo que ya parece ser aun con todo. Mira de nuevo al chico, fijamente, agradecida:

-Si hay algo que pueda hacer para devolverle el favor... -Ofrece, con una sonrisa gentil, colgándose el enfundado instrumento de un hombro, intentando equilibrar el peso para que no sea excesivo, y poniéndose de pie con ayuda de la muleta, una vez la maleta ha quedado bien cerrada.

por **Leon 'Lev' Dostoyevski** Dom Jun 20, 2010 3:50 pm

Una vez ve como ella se agacha junto a la maleta para abrirla, él vuelve a apoyarse en la pared, resbalando hasta el suelo para quedarse recostado allí, como antes de que ella apareciera. Apoya los antebrazos en las rodillas, mientras la observa revolver en la maleta, aún sin decir nada. Vio de reojo algunos de los titulos de los libros y las carpetas, y se fija en la funda que parecía ser de un violín y cómo la chica lo coge. Vio perfectamente como sus ojos sonreían al ver el objeto, como si no soportase estar separada de él demasiado tiempo, como si fuera lo más preciado.

Ella se vuelve hacia él una vez cierra la maleta y se carga el violín al hombro y le sonrie. Una sonrisa amable y sincera. Leon abrió un segundo los labios, aún mirándola, pero luego los cerró.

Había considerado la idea de decir algo pero no sabía el qué. Un "de nada" no merecía la pena. ¿Qué decir entonces? Podía notar sobre él los ojos azules de la chica eran muy profundos. De ronto sintió vértigo al verlos y se agarró a sí mismo un segundo, apoyandose más contra la pared. Eran esa clase de ojos que pueden apartar piel y cuerpo y ver de verdad que hay dentro de alguien, verlo y entenderlo.

Tomó aire profundamente, cerrando los ojos para no ver aquella mirada. Normalmente solía quedarse mirando fijamente, demasiado fijamente, a la gente sin dárse cuenta, siguiendoles, pero en el caso de aquella chica descubrió que no podía, no si le devolvía aquella mirada.

-No voy a pedirte nada a cambio... y lo sabes -respondió por fin al agradecimiento de ella. No dudaba de que en su caso era sincero. La alegría en su rostro juvenil se lo confirmaba. No era una de esas ofertas de compensación falsas en las cuales pides algo y te miran contrariados por haberse tenido que comprometer y ahora cumplir. Pero, igualmente, no había nada que pudiese pedirle a la chica, aunque pensase en ello, y no creía que coger una maleta mereciese tanto.

por **Anne-Lise Shepard** Dom Jun 20, 2010 4:50 pm

Frunce levemente el ceño, no habiéndole pasado desapercibida la forma en la que el muchacho se aferró a si mismo como si algo le diera vértigo. Algo que, cuando cierra los ojos para no corresponder a su azul mirada, Anne-Lise se da cuenta de que ha sido eso mismo, su forma de observarle... Realmente la joven no es consciente de cuando lo está haciendo, pero sí se encuentra acostumbrada a que haya personas que se sientan intimidadas.

Ante su respuesta suspira, apesadumbrada... Realmente su ofrecimiento era, en efecto, sincero y de corazón y, de hecho, algo en su interior le decía que a él le vendría bien que ella le ayudase en lo que fuera. Algo que se le había confirmado ante aquella extraña reacción que había mostrado tras haberse observado fijamente tanto rato el uno al otro.

-Sí, sé que no me lo va a pedir... Pero igualmente yo quiero dárselo -Responde tratándole aún de usted, sin moverse del sitio, sin borrar tampoco esa angelical sonrisa que la caracteriza, apoyada aún en su muleta- Y permítame la osadía de decir que, para alguien que huye, toda ayuda es siempre poca... -Añade, no en forma de reproche o acusación, sino con el mismo tono amable empleado anteriormente.

No deja claro si sabe de lo que está huyendo, es decir, de gente cuyo tipo puede adivinar viendo la ropa del chico, o si va referido a algo más profundo. Simplemente permanece observándole, en silencio, expectante.

por **Leon 'Lev' Dostoyevski** Dom Jun 20, 2010 7:58 pm

Aún con la mirada apartada de aquel rostro angelical de niña, nota la de ella posada en él. ¿Qué debía pensar? ¿Qué debía cruzar su cabeza en aquel momento? No lo sabía. La verdadera pregunta era... ¿cómo a pesar de haber apartado él ya la mirada podía seguir sintiendo la de ella sobre él? Con la misma nitidez y el mismo ahogo. Y era peor porque significaba que aquella mirada que podía traspasarle no necesitaba de sus ojos para ello, con solo mirarle ya sabría...

Y él no quería que supiera.
Nadie debía saber.

El trato amable de la muchacha no ayudaba a paliarlo. Era como una aparición y por algo así lo tomaría de no saber que era imposible. ¿De verdad lo era? Cosas que para él parecían tan reales como su propio corazón, latiendo en el pecho al compas del traqueteo del tren, habían resultado no serlo, o eso le dijeron. ¿Podía fiarse? Solo algo irreal podía dar aquella sensación de irrealidad como daba aquella muchacha... quizá por eso su rostro fuera tan delicado.

-¿Huir? -repite tras oir las palabras de ella. Meneó la cabeza y el cabello rubio le golpeó las mejillas-. No huyo. No puedo -esa era la verdad, se dijo. ¿Entendería ella? ¿Quería que entendiera? Solo si no existía. Solo entonces no le importaría que ella entendiese, mágicamente, lo que quería decir con aquellas palabras.

Se atrevió a levantar la cabeza para mirarla, pero no a los ojos directamente. Se fijó en el violín que asomaba por detrás de su hombro. Había dicho... había dicho que igualmente iba a darselo. ¿Qué iba a dárle? No quería nada, no podía querer nada...

por **Anne-Lise Shepard** Lun Jun 21, 2010 3:22 pm

Anne-Lise se da cuenta de como, tras alzar la mirada, el joven no la clava en la de ella, que sigue fija en él, sino en su instrumento. Escucha sus palabras, y sonríe, negando con la cabeza... Claro que comprende el significado real, el hecho de que le persiguen, de que le buscan, de que intenta escapar... Pero ella no se refiere a ese tipo de huida, no se refiere a algo tan obvio, no, va más allá de todo eso:

-Claro que no puede... No se puedo huir de uno mismo -Le dice, con esa misma sonrisa angelical pintada aún en el rostro, dándole un aspecto de muñeca anticuada y desgastada que, sin embargo, mantiene la esencia de sus mejores días- Por eso mismo, a efectos más reales y palpables, tampoco consigue escapar... Solo si deja de intentar hacerlo de si mismo, tendrá potestad para hacerlo de otros... Claro que cuando la tenga, no tendrá nada de lo que escapar, no podrán perseguirle...

Lo suelta todo en el mismo tono cálido e impregnado de serenidad, sin dudar, sin amedrentarse o vacilar en sus palabras. Tal como las piensa, las dice, sin importarle como pueda sentarle al chico esa especie de acusación o revelación con la cual le ha dejado claro que no considera que el mayor de sus problemas sean quienes le persiguen... Sino el hecho de que él escape de algo más que ellos, de su propio ser, ocultándolo bajo esa actitud que, en apenas minutos, ha registrado y analizado.

-No le molesto más... -Inquiere, sin haberle dado tiempo a responder- Creo que ya le he dado lo que más necesitaba... Aunque usted aún no lo sepa -Afirma con rotundidad, antes de inclinarse hacia él y depositar un beso en su mejilla- Que tenga una feliz travesía y gracias otra vez... -Y con esas palabras le da la espalda para, apoyándose en su muleta y con el violín colgando en el lado contrario, encaminarse hacia la salida del compartimento, tarareando una cancioncilla entre dientes...

...Ni si quiera cuando, con dificultad, necesita tres intentos para abrir la puerta, deja de cantar, ni de sonreír, abandonando finalmente la estancia.

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