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Mensaje por Leon 'Lev' Dostoyevski Dom Jun 20, 2010 9:23 pm

Primero aquella chica en el compartimento de equipajes y luego la mujer de azul en los pasillos… Podía ser efecto suyo o tal vez no pero el mundo era extraño. Muy extraño. Cerró los ojos. Seguramente para cualquier persona habrían sido encuentros medianamente normales, sonó una vocecilla, suya, en su mente. Al fin y al cabo la mujer de azul no había desaparecido en una bruma mágica al acabar su canción de violín.

No, no podía pensar eso. Realmente tenían algo de peculiar. Todos tenemos algo de peculiar, de diferente, de raro y fascinante, solo pasaba que en ellas dos lo había visto antes de lo que suele ser normal. Porque… porque lo contrario significaría que había olvidado como era realmente el mundo en aquel último año y medio.

O quizá nunca lo entendiste, dijo aquella misma voz en su cabeza. Decían que la esquizofrenia era cosa de nacimiento. Nunca se le había dado bien la gente. Podía entenderlos, podía verlos, pero no lograba interactuar con ellos. Era algo demasiado lejano a él. Los miraba, hablaba con ellos, y no se sentía uno de ellos. Era como si formasen un universo y él otro y nunca podrían mezclarse o igualarse. Relacionarse con ellos hacía que no lograse respirar, lo agobiaba… Ellos dentro y él fuera. ¿Fuera de qué? No lo sabía pero no estaba

Tonterías… Tonterías, de dijo. No eran más que eso. Todas esas ideas que cruzaban su mente. Tenía su medicación en el bolsillo, a saber por qué pero la había cogido tras encontrarse con la chica que parecía un ángel de mirada iluminada. Palpó las pastillas a través del pantalón y sintió una arcada. Las odiaba, las odiaba, las odiaba. Pero más que todo eso odiaba las inyecciones, las pesadillas que estás provocaban. Nunca dormía bien desde que había iniciado el tratamiento.

¿Qué me han hecho?
Un nuevo pensamiento furtivo, intruso.

Se apoyó contra la puerta del compartimento. Debería regresar… era extraño que los guardias que iban con él y el otro paciente y el psicólogo no le hubieran encontrado ya. Debían estar buscándolo, sin duda. En todos lados del tren. Era un paciente peligroso, al fin y al cabo. Eso decían. Él no se consideraba así. Solo… lo dejaba pasar. ¿Habrían registrado también el Vagón 7?, pensó de pronto, recordando el billete.

Exploró en sus bolsillos hasta sacarlo y se lo quedó mirando. Luego había sido normal… pero ese momento había sido muy extraño, pensó. Vagón 7. Se incorporó un poco, separándose de la puerta y…

Vagón 7.
Se había ido a parar justo delante ¿Una señal? Se rió ante la idea y decidió entrar. Quizá así lograse escabullirse diez minutos más. Luego las represalias serían peores conforme más tiempo tardasen en localizarlo de nuevo pero diez minutos más bien merecían la pena. Entró en el vagón y cerró a su espalda.

Era un vagón pequeño, estrecho, con ventanas a ambos lados y sofás. Había una zona para las maletas de mano y algunas plantas. Parecía sacado de una obra de Julio Verne. Se quedó en la puerta. Estaba vacío. Por completo. Avanzó un poco, tumbándose en uno de los sofas. No tardarían en llegar. No tardarían. Pero era agradable tumbarse y cerrar cinco minutos los ojos antes de que le encontrasen…
Además el sofá era cómodo.



Despertó rato después. No sabía qué le despertó pero no era nada de lo que debía. No era un golpe en la puerta ni ninguna revisión. Además estaba tumbado sobre algo extraño… ¿qué era? Abrió con lentitud los ojos y se descubrió tumbado en un cómodo sofá color burdeos en un vagón de tren vacío. Afuera era noche cerrada, no se veía apenas nada a través de las ventanas.

Se incorporó poco a poco, llevándose la mano a la cabeza. Recordaba poco a poco lo ocurrido antes de dormirse. Ahora le dolía levemente la cabeza. Quizá por la postura en que había dormido en el sofá pese a ser cómodo, o quizá por haberse despertado repentinamente. No sabía qué había soñado pero tenía una sensación de malestar encima de la cual no podía separarse.

El tren se había detenido, se fijó en ello y se asomó a las ventanas del vagón. Afuera se veía un anden sacado de un libro. De piedra, con un reloj de aguja en el fondo que marcaba las doce menos cinco de la noche. ¿Tanto había dormido? Era raro en él, acosado por el insomnio. Había bancos de madera y anexo al anden estaba la estación. Parecía la estación de un pueblecito.

Que cosa más rara… no recordaba nada así en el trayecto… Con curiosidad salió del vagón y recorrió el tren hasta la salida, bajando las escaleras de un pequeño salto interesado en lo que pudiera ver.

Miró a ambos lados de la estación. Las puertas del tren estaban cerradas y se oía solo silencio. Más allá estaba el semáforo del tren y la barrera, bajada, y tras esto las vías… Nada más. Volvió a girarse. ¿A dónde habría llegado? Al volverse esta vez descubrió que estaba equivocado: no todo estaba tan vacío como parecía. Al fondo del anden había un hombre, alto, con traje y un sombrero. ¿Otro viajero? Se acercaba… cada vez más cerca…

Hasta que llegó a su altura. En la oscuridad de la noche del campo no le podía ver bien la cara, tapada por el ala del sombrero, pero este alzó entonces una mano con una bombilla. Una simple bombilla…

Se la estaba ofreciendo.

El pánico lo asaltó. No. No. No. Niet. No quería esa bombilla. No sabía qué era, para qué servía ni qué haría pero no la quería. ¿Dónde estaban todos? Los guardias. El psiquiatra. El otro loco. ¿Por qué no le habían encontrado antes? Deberían haberlo hecho. Aquello no era normal. Incluso él se dio cuenta. Y la bombilla seguía frente a él.

-Niet. Я не хочу! Сохраните его! –gritó, tapándose la cara con las manos. No debería haber bajado. Lo supo. Le costaba respirar. Cayó al suelo, de rodillas. Se ahogaba… y el hombre seguía frente a él.

Le miró, con la angustia reflejada en los ojos azules y el hombre del sombrero se agachó junto a él. sin decir nada, sin importarle lo que él hubiera dicho y le tendió de nuevo la bombilla.

No había escapatoria. De eso se trataba, ¿verdad? Solo había una opción: tomar la bombilla. Allí no había pastilla azul, allí no se podía volver a subir al tren. No tenía sentido, no era lógico… en una mente normal. Pero para él cobró sentido, fue justo y fue la verdad. Y la verdad es la verdad, por pocos adjetivos más benignos que tuviera.

La cogió.



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Mensaje por El señor del sombrero Dom Jun 20, 2010 10:00 pm

La niebla está por todas las calles y se dispersa en la noche de la villa. El hombre del sombrero se acerca al recien llegado, parece confundido. Una sonrisa siniestra se dibuja en su rostro y con el sombrero haciéndole le sombra se queda inmóvil frente a este.

Saca una bombilla que parpadea intermitente de color celeste... se la entrega al hombre. Solo hay silencio. Aunque no la quería aceptar, al final de cuentas todos tienen marcados un destino en esta villa.

La niebla cubre por completo al señor del sombrero y desaparece cuando el reloj de la estación marca las doce en punto.
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