Asegurando la maleta

Con un pequeño bufido de esfuerzo, Rodrigo aupó la maleta hasta uno de los estantes que caracterizaban a ese departamento. Una vez hubo asegurado su equipaje se apoyó, cansado, en la pared del vagó, sintiendo el traqueteo tranquilizador en los huesos. Poco a poco, fue cediendo y, resbalando lentamente, quedó sentado en el suelo, con los ojos cerrados y los labios fruncidos, formando una mueca de profundo cansancio.

Allí sentado, sin pensar en nada, ni siquiera en el destino que le aguardaba cuando bajara en Varsovia, le entraron ganas de fumar un cigarro. Hacia tiempo que lo había dejado, pero de vez en cuando seguía sintiendo pulsiones que le hacían echar mano de la nicotina. Con un gesto de hastío, deshechó ese pensamiento y se levantó, sintiendo el agradable tacto de uno de sus mejores trajes.

Esbozando una sonrisa irónica, Rodrigo se quitó el sombrero, y tras secarse el sudor de la frente, se despojó también de la gabardina y la colgó de su brazo. Tras un pequeño suspiro, se dirigió hacia la puerta, pero cuando estaba a punto de salir, sintió una horrible desazón que le impulsó a girarse hacia su maleta de nuevo.

Allí, entre los suaves y elegantes trajes yacía su revólver, pesado y tranquilizador, que tantas veces le había salvado de una situación apurada. Ahora, que estaba como al principio sin lazos, huyendo de un destino incierto, se sentía inseguro con él, pero seguramente llevarlo colgando del cinto por todo el tren adelante no sería una buena idea.

Rodrigo apretó los puños y permaneció allí, de pie, sin saber que hacer, esperando...

Los músculos de Rodrigo se tensaron rápidamente al oir una voz tras de él. Su mano se crispó sobre el sombrero de fieltro, arrugándolo, y apretó fuertemente los dientes. Con un rápido reflejo, la mano que tenía libre se dirigió hacia su bolsa de mano, agarrando la navaja y seleccionando, instintivamente, la hoja mas afilada.

"Un momento..." pensó Rodrigo "Esa voz no pertenece a ninguno de ellos, y creo que tampoco pertenezca a nadie que trabajaría para ellos."

Relajándose, el antiguo profesor soltó la navaja tras cerrarla, y se giró para ver a su interlocutor, mas tranquilo, y alisando su sombrero. Cuando levantó la mirada y se encontró con aquellos ojos de color violeta volvió a apretar la mandíula, y permaneció unos segundos en silencio, mirándola. Después, sus ojos se deslizaron hacia el objeto que ella le tendía.

-Supongo que si... es mío.- mientras tendía la mano para alcanzar el billete, no pudo evitar fijarse en el singular instrumento que aquella mujer llevaba en la mano. La extravagancia de aquel violín, que se salía de todos los estándares, le hizo levantar una ceja y esbozar una sonrisa cínica.- Gracias.

Acababa de decidir que cogería el revólver. Girándose de nuevo y dándole la espalda a la mujer, alzó los brazos y, abriendo el candado de la maleta, deslizó la cremallera y comenzó a tantear en su interior. Al cabo de unos instantes lo encontró, y envolviéndolo en una bufanda que encontró por ahí, lo sacó cuidadosamente.

Tras cerrar de nuevo su maleta, con la bufanda entre la mano izquierda, el sombrero en la derecha, y la gabardina colgando del brazo del sombrero, se giró de nuevo para salir del compartimento. La visión de aquella mujer que le haía devuelto el billete le detuvo en seco. Rodrigo esperaba que ya se hubiera marchado, pero ahí seguía. Con una voz algo ronca debido al alcohol y al tabaco, pero agradable a su manera, le preguntó:

-¿Puedo ayudarla en algo?- el tono de su voz era algo duro, pero no resultaba hostil, a pesar de que invitara a no andarse con rodeos.

Rodrigo siguió cada movimiento de sus ojos con una mirada escrutadora e inquisitiva, mientras sostenía fuertemente la bufanda entre las manos, procurando que la silueta de la pistola no se marcara. Tanta curiosidad le estaba poniendo algo nervioso, que alguien se interesara tanto por él no era habitual... Seguro que aquella inquietante mujer tenía algo que esconder. ¿Mafia? No lo parecía, desde luego. ¿Policía? Si fuera una agente seguramente no fuera con algo tan llamativo en la mano. ¿Una simple curiosa? Quizas... A Rodrigo los curiosos siempre le habían parecido peligrosos. "La curiosidad mató al gato" rezaba un dicho de su tierra natal.

El antiguo profesor enarcó una ceja al escuchar la respuesta de aquella mujer. Si había algo que le gustara menos que los curiosos eran las respuestas ambiguas, a menos que las diera él, por supuesto. Apretando la mandíbula, y al ver que ella se apartaba de la puerta se dispuso a salir, airado. Pero a pesar de lo que pensaba de la curiosidad vana, hay veces que ésta vence a toda razón o voluntad, por fuertes que sean.

-Discúlpeme la intromisión, señorita...- comenzó Rodrigo, pero al no saber el apellido de su interlocutora, vaciló unos segundos para luego proseguir.- Pero... ¿Suena?

Se refería, por supuesto al extravagante violín azul. Siempre le había gustado la música clásica, y ese extraño instrumento, uno de sus favoritos, a pesar de no saber tocarlo, parecía ser tan sólo decorativo. Al no estar acostumbrado a hacer preguntas, la voz de Rodrigo, acostumbrada a dar discursos y responder preguntas, sonó suplicante, como un vegabundo que pide un mendrugo de pan. Él se dio cuenta, y para contrarrestar ésto, apretó la mandíbula y frunció el ceño, adoptando de nuevo su gesto hosco tan característico.

Al parecer aquella mujer no había notado su tono de voz, o no le había dado importancia. De todas formas, eso calmó a Rodrigo, le hizo suspirar de alivio. La reacción de aquella mujer fue incluso amistosa, si la paranoia del antiguo profesor le dejara percibir a alguien como "amistoso".

Cuando estaba a punto de responder afirmativamente a la pregunta, la desconocida se presentó, tendiéndole la mano, y sin dejarle mas opciones que hacer lo mismo, o quedar como un maleducado, y si algo había aprendido Rodrigo a lo largo de su vida, era que la mala educación consciente no era agradable para nadie. Apesadumbrado, estrechó la fina mano de aquella señorita con delicadeza, temiendo hacerle daño.

-Yo soy Villanueva... Víctor- el antiguo reflejo de mentir había salido a flote una vez más, y Rodrigo maldijo silenciosamente para sus adentros. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente paranoico? -Y si, si usted fuera tan amable de tocar aunque fuera tan sólo unos acordes...

Temeroso de decir algo mas, el antiguo profesor se volvió a encerrar una vez mas en su habitual mutismo. Hacía tiempo que no escuchaba música, y aunque fuera mala, le ayudaría a relajarse y a hacer que su viaje hacia Varsovia fuera mas leve. Volviendo a entrar en la habitación, se colocó en una esquina, mirando fijamente a la señorita Nobrega, pero ahora sin ninguna clase de hosquedad en su mirada, sino con la firmeza, seguridad y curiosidad con las que obsequiaba a sus alumnos cuando hacían una exposición oral.

Rodrigo permaneció en silencio mientras la mujer, presentada como Eve Nobrega, arrancaba conmovedoras notas a ese violín azul de tan extraña apariencia. La música siempre había tenido la virtud de calmarle, y esta no era ninguna excepción. A medida que la melodía iba avanzando, su respiración se hacía más pausada, sus parpadeos mas largos, y el ritmo de su corazón se ralentizaba, sumiéndole en una agradable modorra.

La música, melancólica y hermosa, le hizo revivir tristes momentos de su vida, momentos que quizás hubiera preferido olvidar, pero que estaban ahí, imposibles de ocultar. Su gesto adusto, con los labios apretados y el ceño fruncido, se fue relajando hasa formar una blanda y tibia sonrisa. Al acabar la música movió los hombros y parpadeó fuertemente, como quien se despierta tras un largo sueño.

-Toca usted muy bien, señorita.- dijo tras unos segundos de silenciosa reflexión.- Aunque su música quizás podría ser calificada de... perturbadora. En fin, ha sido un placer conocerla, señorita Nobrega.

Con renovadas fuerzas y el gesto de firmeza pintado una vez mas en el rostro, Rodrigo se sacudió una mancha invisible del pantalón del traje, y, se dirigió hacia la puerta, con tan mala fortuna, que con la leve brisa que levantó con su movimiento, la tela de la bufanda se levantó unos segundos, dejando entrever el metálico destello que lanzó el largo cañón del arma.

El antiguo profesor se percató de ello, y dirigiendo una férrea mirada a la señorita, salió del compartimento, esperando que ésta no dijera nada a nadie.

Dando grandes zancadas a lo largo del corredor Rodrigo recorrió la distancia que separaba el compartimeno de equipajes de su vagón. Le resultó bastante extraño que fuera el vagón siete, dado que ese número no le sonaba de nada, pero lo achacó a su mala memoria.

La mujer de la sala de los equipajes no parecía haberse percatado de su pequeño desliz, lo que le hizo suspirar aliviado. A través de los empañados cristales de los pasillos podía ver el triste y frío paisaje nocturno corriendo a toda velocidad. Sin saber porqué esa visión lo llenó de nostalgia...

En fin, allí estaba, ante la puerta del vagón siete. Los párpados le pesaban... Seguramente sería una buena idea dormir algo antes de llegar a Varsovia. Allí le esperaba una dura batalla, tanto legal como moral, y debía estar descansado.

"Unas horas mas y estaré con John en el hospital" pensó ingenuamente.