Viajar, alejarme, ¿Perdonar? ¿Olvidar? [Libre]

Tenía que haber algo de alcohol en el compartimento de equipaje, ¿cómo sino se iba a acelerar el viaje? Maldito tren sin copas de champagne para beber bourbon, y ya eran las cinco y veintitres de aquel día de viento cargado. ¡Joder! farfullé entre dientes mientras buscaba una botella de líquido ambarino. Me daba igual que beber, incluso cerveza, ¡puag! Cómo odiaba la maldita cerveza. Charlotte ya lo hubiese solucionado, eso seguro; su sonrisa apagada siempre ocultaba una petaca llena de ginebra azulada. La echaba de menos, incluso a sus pecas que me acelereban el corazón. Odiaba estar solo y ella era la mejor de las compañías. Le hubiese hecho el amor en aquel compartimento de equipaje, amor de ese que ambos fijíamos sentir, y al final hubiesemos brindado con su petaca metálica y en vez de las pecas de Charlotte hubiese pensado en Pierre, en él y en su sonrisa, sus ojos me paraban el corazón y es que él nunca fue de sonreír con los labios.

-¡Aleluya!- exclamé, había encontrado lo que buscaba.

Una caja que rezaba Whisky en grandes letras impresas en rojo. Solo sería una botella nadie lo notaría, nadie, nadie, nadie, nadie...n...a...d...i..e... ¡Joder! No recordaba que estaba solo, y es que beber en soledad era más cosa de Charlotte que mía. Bebí un trago largo que me arañó la garganta, y me dispuse a buscar a alguien más en el tren, pero para mi suerte solo tuve que darme la vuelta.

-Hola, ¿quiéres?- lo pronuncié levantado la botella, igual que hacía cuando bebía con mi hermana Claire.

Parecía distraída y alejada de la realidad, una amistad perfecta para ahogar mi sentimiento de soledad. Me acerqué a ella, tenía la botella en mi mano derecha y la señalé de nuevo con los ojos. Amistades para siempre que terminarían cuando acabase aquel viaje, jamás me preocupé por eso...necesitaba compañía antés de ahogarme en la soledad de aquel aciago tren.

Le mostré una sonrisa con todos los dientes, me puse las gafas de sol y le di un largo trago a la botella. Estubimos unos treinta minutos hablando de cosas banales, como porque el inglés no sonaba seductor o porqué nunca se escribirían buenas canciones rock en mi idioma natal.

La imagen de Claire recobró mi mente cuando ella utilizó un tono similar al que ella utilizaba para contarme lo que la estaba dañando, y entonces Charlotte voló a mi pensamiento y con ella Pierre y sus ojos de niñito afrancesado que me volvían loco. Y mi sonrisa desapareció de mis labios y fue devuelta a mi cuello.

-Un placer conocerte, Caroline Blanchard- me despedí, alejandome de ella.

Fin.