Dejar que el viento azote mi cara {Libre}

Ni él mismo había logrado entender porque estaba allí. Había huido como un cobarde, pero es que él era un cobarde y siempre lo había sido, por eso no había podido quedarse, le había sido imposible afrontar la cruel realidad. Por eso se había ido y estaba montado en un tren que ni siquiera sabía hacia donde le iba a llevar. Cerró los ojos unos instantes y caminó hacia el mirador terraza del tres apoyándose en una baranda contemplando el paisaje a su alrededor que desaparecía y cambiaba con rapidez. Igual que él, que cambiaba como por arte de magia sin más de parecer. Un día fingía ser feliz al lado de sus dos mejores amigos y al otro huía lejos, porque no quería verles, porque sentirles le aterraba. Respiró el viento fresco que azotaba su cara mientras cerraba los ojos unos instantes y se apoyaba mirando hacia dentro. ¿Qué le quedaba? Nada.

Su vieja máquina de escribir era lo único que le hacía falta, su famoso libro y un par de plumas. Nada más, algo de ropa y eso era lo que llevaba en la maleta. Un suspiro y un adiós y nadie sabía ya absolutamente nada de él, había desaparecido del mapa, nada ni nadie había conseguido detenerle. Estaba montado en un tren que no sabía donde le llevaría. Había abandonado su tierra y ya no le quedaba nada más por lo que luchar. Su padre, su madre, todo estaba mal, desaparecido, se había desvanecido en la nada. Sus dos mejores amigos se iban a casar dejandole solo, completamente solo. Y el la amaba a ella, su luz, su mejor amiga, sí, que se iba a casar, sí, con alguien que no era él, también, menuda estupidez. Sus dedos resbalaron por la baranda y suspiró, estaba solo, completamente solo.

El amor siempre había sido para él el suplicio más dolor, y ahora no le quedaba más que sufrir. Dolor que quemaba sus entrañas. Ahora se suponía que empezaba una vida nueva, mientras ellos se casaban o esperaban que el llegara cuando nunca llegaría, cuando desaparecería de la vida del amor de su existencia para siempre. Un hombre que no sabía muy bien lo que sería de él, que no entendía, que no podía. Un suspiro salió de sus labios ¿Y ahora? ¿Qué le quedaba?

Suspiró pensando en ella, en ella y en todo lo que le quedaba por vivir ahora que se alejaba para siempre. cerró los ojos unos instantes pero los tuvo que volver a abrir al sentir una presencia desconocida - todavía no entendía porque esperaba conocerla sin saber a donde iba - que desprendía un cierto hedor a alcohol que le hacía entrecerrar los ojos un poco. Alzó la vista para mirar a aquel hombre del cual se apartó instintivamente pues a simple vista no se parecían en nada. Heath parpadeó un poco confuso para después negar con la cabeza ante su ofrecimiento sin poder mediar palabra cuando aquel hombre le puso en la mano la botella de cerveza. Se la miró unos instantes y el humo del tabaco penetró por sus fosas nasales unos segundos más tarde de que él le tendiese de nuevo al botella hacia él apartandose levemente algo retraído. - No... bebo... no... tome su botella... - dijo casi en un susurro mientras se la daba, polos completamente opuestos pues el jamás se hubiera podido acercar así a alguien.

Negó un poco con la cabeza esperando que el joven volviera a coger su botella y saliera de allí pues él no estaba acostumbrado a tales atrevimientos, no estaban hechos para el joven que siempre había vivido sumergido en su propia soledad y en la de los libros de fantasía. Literatura, arte, música, era todo aquello la vida del joven y los vicios no solían estar en ella. Nunca había tenido novia, no había salido de fiesta, sólo se había enamorado como un idiota de algo imposible.