Tomando un cafe con un libro en la mano *Libre*

Luego de conversar un rato con Anthony, al que le pareció un muchacho que deseaba conocer a fondo, se debió disculpar e irse a su vagón. Nuevamente esos dolores que no la dejaban moverse en paz. Suspiró con cansancio, hace tanto tiempo que ya le estaba pasando estas cosas, era algo como: no estés tranquila, aún tienes mucho que hacer. Volvió a suspirar, mientras se apoyaba en la pared de los pasillos. Una ventana cercana le llamó la atención, ya que el paisaje que pudo observar era maravilloso. Sonrió suavemente al ver eso, al menos ahora podía estar tranquila. Decidió entonces, ir volver al vagón a ver si su recién amigo estuviera aún para hablar con él. Deseaba conversar con alguien, ya que su madre no estaba a su lado. Quizás si la llamaba... o quizás una carta. Pero no, no deseaba molestarla, seguramente estaba en el trabajo o si le mandaba una carta las ganas de contestarle se le pasarían rápido. Otro suspiro. Corrió hasta el vagón de la cafetería, pero cuando llegó no había absolutamente nadie.

Recordó un día, cuando era muy pequeña, en su país de origen, viendo unas pinturas que le maravillaron en el museo de arte, junto a su madre. Se había quedado totalmente ensimismada observando los colores, que eran hermosos y cuando había querido volver a la realidad, se dio cuenta de que su madre no estaba ya a su lado. Rápidamente había comenzado a llorar, pensando en que nunca más la volvería a ver, que viviría en una casa de acogidas o algo así. Pero cuando comenzó a dar vuelta, sintió un grito que era igual al de su madre. Cuando la encontró, ella le explicó que se había separado unos segundos para ir a comprar una bebida. Elizabeta le explicó en sus maneras infantiles lo desolada que se había sentido y su madre la había abrazado con fuerza. Deseó en ese momento ser abrazada por cualquier persona. Suspiro.

El vagón seguía vacío, hasta que dándose cuenta, había otra muchacha sentada. La observó disimuladamente, era muy bonita. Rápidamente se sonrojó, no sabía muy bien porque. Quizás porque ella se sintió insignificante nuevamente. Su encuentro con Anthony le había dejado en claro lo poco experimentada que era en cosas del amor o derivados y la chica que ahora estaba parecía de esas de mundo, guapa, que tiene a todos los hombres comiendo a sus pies. Cerró los ojos y se reprochó mentalmente, no, debía tener una mentalidad positiva. Quizás podía hablar con la mujer, necesitaba hacerlo. Se acercó a ella tímidamente. Se dio cuenta de que leía un libro de medicina.

-Hola... disculpa. –Dijo tímidamente, regalando una sonrisa bastante suave. Se sentía extraña en ese momento, pero decidió tragarse esa vergüenza y hablar. Al menos sabía ahora que tenía un tema en común con la muchacha, quizás más de alguno. -¿Puedo sentarme? Es que no pude evitar fijarme que lees un libro de medicina y bueno... yo estoy en primer año de medicina. –Suspiró, sus palabras le habían salido rápidas y nerviosas, pero al menos tenía la esperanza de que se había entendido todo al fin y al cabo. Observó a la muchacha con los ojos un tanto caídos.

La chica levantó la mirada con seriedad, por lo que Elizabeta se sonrojó violentamente, pero rápidamente cambió la expresión a una más dulce con una sonrisa. La húngara le devolvió el gesto, aunque seguía un tanto avergonzada. Por esas razones ella no hablaba con la gente, pues así se evitaba todas esas nuevas formas de pasar un bochorno. Suspiró y se llevó la mano a la mejilla, ya que las sintió tan calientes que temía que le viniera un colapso nervioso en ese mismo instante. La muchacha le indicó que sí se podía sentar y Elizabeta sonrió tímidamente. Con torpeza llevó la silla para atrás y se acomodó. La camarera se acercó y ella pidió un té verde. Ahora levantó la mirada para observar a la mujer. Ella se presentó como Ever.

-Un gusto, me llamo Elizabeta Hédeváry. –Contestó ella a su vez. El nombre de la mujer era lindo, le gustó mucho, pero no pudo sacar ningún cumplido. No entendía muy bien que pasaba. Con Anthony no había sido gran problema conversar, incluso él siendo tan guapo y todo eso, pero con Ever era diferente, era como si un aura extraña la rodeara e hiciera en cierto modo que le temiera. Borró esos pensamientos de su mente, ya que se estaba pasando cuentos ella sola. Se avergonzó y agradeció profundamente el hecho de que la recién conocida no pudiera leer los pensamientos. Elizabeta tomó la mano de la muchacha y la estrechó. Su nueva conocida le había dicho que también estaba en primer año, por lo que se sentía más a gusto junto a ella.

-Ser nueva es horrible. –Murmuró, sonriendo y tratando de alivianar el ambiente que ella misma estaba poniendo tenso, pues Ever jamás había demostrado ser una mala persona. Se dio cuenta de que el tren ahora se movía más de lo debido. Levantó la mirada y se dio cuenta de que la chica parecía mareada. La mesera llegó con su té, pero ella no lo tomó mucho en cuenta. Miró a Ever preocupada. -¿Estás bien? Pareces un poco enferma. –Comentó como quien no quiere la cosa, aún así con un tono un tanto preocupado. Al menos sabía suficiente de medicina como para saber que hacer si algo le pasaba a la chica.

-Toma un poco de té. –Apartó el café de la muchacha y le pasó su brebaje, la cafeína solamente le haría peor. Sonrió nerviosamente y le echó un poco de azúcar. –Si bebes esto, te sentirás mejor. Quizás estés nerviosa por algo. Yo también lo estoy, es la primera vez que viajo en tren sola, en realidad la primera vez que viajo sola y en tren. –Lanzó una sonrisita, soltándose poco a poco.