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Mensaje por Cassiopea N Applewhite Dom Jul 04, 2010 9:15 am

Volaba alegre, surcando el cielo, desplegando sus blancas alas mientras planeaba con el único objetivo de surcar el firmamento con ese afán de libertad. El ambiente frío y gélido de la mañana entumecía sus músculos pero ella seguía batiendo las alas, alto, más alto…
Como una hoja de pergamino a la deriva, como el aroma a tinta recién impresa, como un estío sin calor o un verano sin frío, no obedecía más leyes que las suyas.
Las altas ventanas se alzaban en el inmenso espacio, talladas con mimo en aquella piedra grisácea que tanto había observado acontecer en sus entrañas. El Lago, con sus lúgubres aguas, parecía despertar de su letargo a la vez que la vegetación a su alrededor, la cuál aún se encontraba en pleno esplendor.
Se dejó caer en picado a la vez que, sin premura, miraba hacia adelante, ojo avizor, observándolo todo con aquella mirada ambarina. Uno, dos, tres, de nuevo hacia el cielo, libre hasta el horizonte.

El día amanecía para una joven galesa. La luz se filtraba a través de la pequeña ventana celada de su habitación, la cuál compartía con su hermana Selena. Ella descansaba entre sábanas de un pulcro blanco y mantas de pigmento magenta, las que cubrían su camisón blanco, el cuál le había regalado su madre el pasado verano. Parecía dormir plácidamente, encogida entre la múltiple ropa de alcoba, con sus cabellos casi dorados desperdigados por el lecho y sus intensos orbes pigmento garzo aún velados por el sueño. ¿Qué soñaba? Tan sólo Morfeo lo sabe.
El bufido de un ave en la ventana hizo que sus sentidos se agudizasen y como por arte de magia, sus orbes opalinos se fueron abriendo con cierto trabajo, ya que la claridad la deslumbraba en su totalidad. Nada más abrirlos tuvo que volver a entrecerrarlos y una vez estuvo acostumbrada, pudo mostrarlos al mundo un instante más, un minuto más; un día más.

Se revolvió entre las mantas al ser consciente de que una vez más su día volvía a empezar, dejando de notar poco a poco el tibio calor que le proporcionaban las mantas. Ningún ruido en la habitación; su hermana habría salido.
Se acurrucó un poco más y fijó su clara mirada en la luminosidad de la pequeña ventana, de donde había provenido el bufido que la había desvelado, aún era muy temprano a juzgar por la posición que tenía el Sol. Suspiró en silencio a la vez que se mordía con levedad el labio inferior, bajando un poco la mirada sin saber qué hacer o cómo sentirse, aún somnolienta y con cierta desorientación.

Se incorporó, las plantas de sus níveos pies contra el poco acogedor suelo de madera, que crujió casi al instante. Restregó su ojo derecho esperando no haber despertado a los vecinos, las cuales parecían estar más que perdidos en los brazos de Morfeo. Se lo tomaba con calma; se quedó un momento sentada al borde de la cama mientras intentaba encontrar algo en lo que pensar. Era Sábado por la mañana, así que no tenía que asistir a clase y ya había dejado finados los deberes la tarde pasada; en definitiva, no tenía absolutamente nada que hacer. También era importante añadir, que era el primer día de vacaciones.

Procurando no hacer ningún ruido, fue hacia el baño a pies juntillas, sin ninguna prisa ya que tampoco es que tuviera que hacer algo aquella mañana. Los azulejos de color pulcro le hicieron recordar las largas tardes intentando que su robot funcionase y lo había logrado a principios del año pasado, con perseverancia. Un bonito can electrónico.
Se dirigió directamente hacia el lavabo y dejó correr el agua fría, para poder despejarse del sopor que la cernía en una especie de trance somnoliento. Al contacto de esta, su piel se erizó y le recordó por un momento a cierta mujer, su madre, pero a diferencia del líquido cristalino, era más bien una sensación cálida, que la hacía sentir una especie de revoloteo en el estómago y una extraña sensación de felicidad que ni ella misma sabía de dónde provenía. Ojalá no hubiera acontecido nada de aquello nunca.

Después de asearse un poco, volvió a la habitación para abrir el armario y luego su parte de este, y buscar algo de ropa por la que optar, pues el uniforme –si, aunque estaba en un colegio público llevaban uniforme- en fin de semana no era precisamente una opción. Así que optó por unos pantalones cortos de vestir y de apariencia grisácea, con una camisa de tonalidad marrón y algo amplia, junto con una chaqueta de la misma tonalidad y de corte más bien torero, acompañando a la camisa repleta de bordados. De calzado,unas bailarinas de color marrón también y el cabello suelto y bien peinado, como casi todos los días. Después buscó en el compartimento de los gorros y optó por una boina de tonalidad oscura, la que al ponerse observó al espejo con cierto desdén. Se colocó bien la cruz anglicana que lucía en el cuello y también sus cabellos rubios, absolutamente rizados; luego los peinaría un poco.

La puerta del piso sonó con cierta impaciencia, sobresaltando un poco a la muchacha, aunque seguramente sería su hermana mayor con el desayuno. Pensó que la reñiría si no tenía la cama hecha, así que la hizo de prisa y corriendo y se aseguró de cerrar bien la puerta de la habitación antes de salir, por si a su hermana se le daba por pasar a ver el ‘pequeño’ desastre antes de nada.
Se escuchó también bolsas colapsar contra algo y el suave olor del pan recién hecho, lo que arrancó una sonrisa desde el fuero más interno de Cassiopea, era su aroma favorito.

Se apresuró hacia la cocina justamente pasando por el lado contiguo al calendario, en el cuál la fecha estaba bien remarcada con rojo. Después de pasar de largo de primeras, retrocedió unos pasos al fijarse mínimamente y, al leer el calendario, creyó ponerse pálida…la fecha había llegado. ¡Cómo no había podido acordarse!
Sus orbes opalinos se abrieron de par en par y no dudó en un instante en corretear hacia donde estaba su hermana, la cuál estaba preparando el desayuno como todas las mañanas. Esta le preguntó si había dormido bien y si se sentía con fuerzas para emprender su viaje. Se pasaron hablando de ello todo el desayuno y de lo que había dicho madre el día anterior cuando fueron a visitarla por última vez antes de ir en busca de Dios sabe qué; lo único que sabía Cassie es que creía a su madre por encima de todo, aunque nadie más la creyera.

A las nueve y media, en punto, se encontraba la más pequeña de las dos hermanas haciendo las maletas deprisa y corriendo, metiendo una cosa y otra también casi desafiando la capacidad de su maleta, o más bien, la que fue de su padre. No entendía cómo había podido olvidarse, seguramente los exámenes.
Oyó la voz de Selena llamarla desde la puerta y cogiendo por último su billete para el tren, salió de la habitación a trompicones, abrazando a Nile y con el billete en la boca, chocando contra todo lo corpóreo en el pasillo de su casa; en aquel momento le daban igual todas las represalias que Sparkle pudiese hacer en contra suya, lo importante era llegar a aquel tren antes de que se fuese, puesto que si no tendrían que esperar otro año más y no era precisamente una de sus opciones.

Aún saboreando la mermelada de fresa en la boca, comenzó a bajar las escaleras desde aquel sexto piso, pues el ascensor tardaba mucho; NO podían perder aquel tren. Escuchó a su hermana pidiendo tregua detrás suyo, pues no era tan hiperactiva como la más pequeña de las dos, un día acabaría por matarla de esfuerzo.
La verdad se postraba ante sus ojos una vez más, no en todo su esplendor pero al menos alcanzable, por lejana que estuviese. Y pensaba asirla de una vez por todas y no dejarla marchar ni por una milésima de segundo. Tardó cero coma en darse cuenta de lo mucho que importaba aquello para ella, algo que había hundido completamente su vida; la suya y la de su hermana, además de toda la familia que llevaban a sus espaldas. Tenía que descubrir aquello por su padre, por su madre, por su tío Cormac, por Alexander, por su hermana…por ella misma.

Procuraba que las medias no se le enganchasen en ningún lugar poco acertado y al llegar a la calle no reparó un instante en llevarse el pulgar y el índice a los labios, propiciando un agudo silbido que habría dejado sordo a cualquiera, francamente. Ojalá algún taxi parase con aquella llamada tan notoria y frustrada por parte de la pequeña rubia. Y en efecto.
Nada más observó uno de ellos acercarse, tomó la mano de su hermana y sin tan siquiera pasársele por la cabeza el dudar, abrió la puerta trasera del vehículo y embutió allí todos los bártulos, cosa que sorprendió bastante al taxista.

-¡A Queen Street!-exclamó cerrando la puerta, abrochándose el cinturón de seguridad y colocando bien su boina. Al ver que sonó un tanto brusca y el hombre la miraba perplejo, dibujó un gesto inocente en su pueril rostro y sonrió, había sido un poco maleducada.-P-Por favor…-agregó un poco ruborizada, ay, las prisas, las prisas-.

Después de unos veinte minutos eternos en los que había estado pendiente del reloj en todo momento, llegaron a la calle de la estación, la que estaba absolutamente colapsada por el tráfico, pues era hora punta.
Cogió el dinero que llevaba escondido en el zapato y se lo dio al hombre, el cuál se quedó perplejo al ver que le pagaban un euro de más, al fin una propina que no fuesen diez céntimos. No había sido precisamente por caridad aun así, es que Cassiopea tenía cierta prisa por llegar a la estación.

Fuertemente cogidas las maletas, comenzó a sortear coches seguida por Selena a la vez que contemplaba el reloj, quedaban apenas cinco minutos para coger el expreso y aún tenían que validar los billetes, aquello debía de ser una pesadilla.
Le pesaba absolutamente todo y aun así se defendía con uñas y dientes y sus escasas fuerzas a aquellas horas de la mañana para poder llegar hasta el tren sin ser tarde. Así que fue corriendo a todo lo que le daban las piernas hasta la ventanilla de las taquillas, empotrándose contra el mostrador y después de jadear un segundo o así intentó hablar.

-Ahhh…puff…ñgg…-era lo único que consiguió articular, así que le tendió los dos billetes impaciente, para que se los validasen de una buena vez y poder seguir con el viaje que tenían previsto desde hacía casi más de un año. La taquillera se abstuvo de preguntar cualquier cosa ya que la niña parecía tener prisa, así que tan sólo validó los billetes y se los devolvió-.

Nada mas hacerlo, Cassiopea volvió a salir disparada del lugar, sin dejarle ni un poquito de descanso a su hermana; menos mal que hacía ejercicio todos los días.
Bajó las escaleras hasta el andén, buscando el Cuarto en el que debía estar el tren que debían coger, El Tren de Medianoche. Viró la cabeza hacia los dos lados, ¿Dónde estaban los pares y los impares? Comenzaba a hacerse un verdadero lío.

-¡Última llamada a los pasajeros del Expreso del Andén Cuatro!-anunció una voz femenina aunque firme, haciendo que un resorte saltase en el interior de la pequeña de once años, la cuál después de cruzar una efímera mirada nuevamente con su hermana, volvió a su carrera a la vez que seguía la voz de tal mujer, no podían llegar tarde-.

Nada más llegar a su lado le tendió los billetes con cara de pocos amigos, pues el antiguo expreso comenzaba ya a soltar vapor en la locomotora. La muchacha, bastante joven, marcó los dos billetes y se los volvió a tender a la pequeña, la cuál ya había salido disparada hacia la puerta y al final los tuvo que recoger la mayor. Y como tantas prisas no son buenas, acabó tropezándose a la entrada cayendo de bruces con todos sus enseres personales. En cambio, Selena, mucho menos patosa, entró justo cuando las puertas se cerraban y el pito del maquinista se dejaba oír en la estación, escuchando también cómo los raíles chirriaban bajo el peso de tal transporte. Miró con preocupación a la pequeña y cabezota rubia que aún no se había levantado del suelo.

Sangraba un poco por la nariz mas no tenía demasiada importancia, así que después de unos instantes se volvió a levantar como si nada, reparando en que varios pasajeros la observaban extrañados y ella les devolvió una mirada desafiante, a ver al cine. Ahora sólo les faltaba encontrar su compartimento, asentarse y esperar a ver qué era lo que acontecía en aquel lugar que tanto pavor despertaba en la madre de ambas y que parecía ser la clave de los misterios relacionados con la repentina muerte de su padre, aparentemente fallecido en un derrumbe o al menos eso era lo que les dijeron a las dos.

El tren tenía un aspecto añejo pero aun así, elegante y muy cuidado, sin duda llevaba activo muchísimo tiempo, cosa que intrigaba a la pequeña Cassiopea. Cuántas personas habrían zarpado en aquel expreso antes que ellas, en busca de la verdad…o de la mentira, vete tú a saber.
Quizás era su pueril imaginación, alimentada por aquellos cuentos de hadas que le leían en su más añorada niñez, mas parecía que todo aquello contaba con un aire de misterio poco usual, algo distinto al resto de trenes. Estaba segura de que iban a ser unas vacaciones absolutamente emocionantes, en las que no se iba a aburrir ni un mísero instante.

Llevó la mano hacia atrás, en busca de los dos billetes de tren que su hermana mayor no tardó en tenderle. Lo primero que tendrían que hacer es buscar el compartimento que estos indicaban y sentarse a esperar, puesto que parecía un tren de lujo y con cierto prestigio. Cierto era que a la pequeña le encantaba la decoración del lugar; se preguntaba si habría vagón restaurante, aunque lo más seguro sería que sí.

-Vamos, Sparkle, tenemos que buscar dónde vamos a dormir hoy.-le susurró a su hermana, suspirando por primera vez en el día y aún con el corazón revolucionado por la carrera que llevaba a cuestas desde casa. Ahora que lo pensaba…¿Habían cerrado la puerta? Esperaba que sí-.

Comenzó a caminar por los pasillos del lugar, sin aparente rumbo, mientras con un último pitido, el tren dejaba atrás la estación de Queen Street y con ella, la ciudad que las vio nacer…además de todos sus fantasmas-.
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Mensaje por Selena M. Applewhite Miér Jul 07, 2010 3:04 pm

Como todas las mañanas, me habia levantado mucho antes que mi hermana para salir a correr, pero hoy era diferente... Hoy era el gran día! Seguro que Goldie estaba entusiasmada, aunque a mi todo esto no me hiciera demasiada gracia. Esta mañana no he ido a correr, he ido a despedirme de papa y ha hacerle una última visita a mama, y ¿porque no me he llebado a Cassie? Pues porque ella ya ha tenido suficiente, en mi opinión.
Vuelvo a casa como si nada, llevo el desayuno, como todas las mañanas; cuando acabamos el desayuno, Cassie se va a hacer la maleta; yo, como ya la habia dejado hecha la noche anterior, me dedico a recoger un poco la casa... me da tanta pena irme.
Salimos por la puerta escopetadas, ya que Cassie parecia tener mucha prisa por coger el tren. Montamos en un taxi y mi hermana dio las señas de a donde nos diriguiamos. Una vez el taxi nos hubo dejado en la estación, Cassie salió corriendo hacia el andén, aunque yo tube que esperar a pagar al taxista para ir detrás suyo.
Tardamos un poco en localizar el tren en el que teniamos que montar y en cuanto entramos, Goldie se dió de bruces contra el suelo, pero no se hizo mucha averia, asique entramos en el tren y empezamos a recorrer los pasillos.
- En el billete no pone ningún compartimento?
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